Entrenando antes de ir de cazería

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Seguí a mi jefe todo el camino. Desde que salimos de TempesT a paso ligero hasta que atravesamos la ciudad e incluso hasta que llegamos al bosque. Su velocidad me era prácticamente inigualable, pero eso no paraba mi marcha.
Llegamos a un descampado en el bosque y, cuando al fin se paró, aproveché a tomar todo el aire que no pude tomar en la carrera.
-¿Queres matarme de un infarto?- pregunté antes de verlo desenvainar una de sus espadas.
Mi sonrisa por mi propio chiste se borró como llego, en un instante. Mi corazón comenzó a latir cada vez más despacio y mis sentidos se concentraban en mi jefe. Tome la espada que me había regalado los días pasados y la blandí con mis dos manos, a un costado de mi cuerpo. Mis rodillas se hincaron apenas un poco para poder reaccionar más a pronto y, al entender que estaba esperando mi ataque, me lancé sobre él.
Lancé un golpe cruzado, ayudado por la rotación de mi cadera pero, en ese momento, todo el lugar se iluminó y el cielo se cubrió de llamas. Todo se apagó y la tierra tembló terriblemente. Varios árboles estaban incendiados y otros estaban cayéndose completamente destruidos.
Mi corte, que tenía de objetivo a CuchulaiN, se desvió al momento de que todo ocurrió y se incrustó en el suelo. La retiré haciendo un poco de fuerza y, sin pensarlo dos veces, tomé una de mis granadas y la arrojé a un árbol incendiado pero, para mi sorpresa, nada pasó.
-What??- grité de sorpresa. Corrí hacia la misma, la revisé y al ver que su mecanismo estaba en correcto estado la volví a armar con su espoleta y me la coloqué en el cinturón -Nunca me pasó algo parecido... Nunca con esas lacrimas...- le mencioné a Cuchulain mientras esperaba que me iluminara con un poco de su sabiduría.

Mi jefe me tiró el escudo que en dos segundos se hizo enorme. Cortó las ramas y árboles en llamas y yo, con mis látigos, me las ingenié para acarrear el escudo con todo encima hasta llegar a un pequeño lago que logró apagar todo.
-Jefe, ya está todo en orden. Pero aún así me preocupa mi tienda... ¿Vamos a la ciudad?- le pregunté a mi jefe mientras le devolvía el escudo.

El sol poco a poco iba asomándose por el horizonte. El oscuro cielo se tornaba claro y turquesa a medida que las estrellas comenzaban a ocultarse.